Pluriempleada, como los más afortunados de su generación, letraherida y quién sabe si demasiado lúcida, Isabel Sucunza trabaja en temporada de rebajas en una tienda de ropa. Allí ha conocido el místico mundo de las camisas, los pantalones y el perfilamiento de ropa en general, ha tratado con toda clase de clientes y ha tenido tiempo de leer mucho.
También es posible que haya acabado de escribir este dietario junto a la caja registradora; este canto general a la extrañeza de lo cotidiano, provocador y sin embargo cordial. Porque es imposible no reírse con la autora cuando describe nuestra vida de marionetas, cuando pasa de la observación del comportamiento de la clientela y el ambiente que la rodea a la noción popular del amor y las parejas, a lo que suponemos del éxito y lo que se entiende por nuestro fracaso, a los objetos decorativos, los anuncios publicitarios, las políticas públicas y los peter panes. O sea, cuando no deja títere con cabeza.
Aquí nos enfrentamos a electricistas, periodistas, veinteañeras carcas y al mismísimo Rey de España con sus elefantes, pero también a Proust, a Homero y a las diversas maneras de comprender el mito de Sísifo. La tienda y la vida hace un repaso tan despiadado como accesible del lugar en el que vive Sucunza y, en última instancia, de la sociedad de consumo en la que vivimos todos. Aunque posiblemente este libro esté tan alejado de la realidad como una novela y, más que contar lo que le pasa en la tienda, o fuera de ella, la autora esté dejándonos fisgonear en el otro mundo que hay entre todo eso y su propia imaginación.