En esta vida no hay casualidades, sino causalidades. El hombre sabe que forma parte de la cadena de la causalidad. Su vida está hecha de causas y efectos, es un constante sembrar y cosechar. Todos y cada uno de sus actos constituyen una causa que contrapesarán sus efectos. Primero escoge la causa (esto es, el libre albedrío) pero luego se da cuenta de que no puede elegir o alterar los efectos (esto es el destino). Al final se cree víctima de un destino que, en el fondo, ha escogido él mismo.
El hombre puede escoger qué causas pondrá en marcha, pero no puede cambiar la naturaleza de sus efectos. Trabajando sobre las causas podrá dominar los efectos y así controlar su destino