El genial dibujante pasea esta vez su lápiz y su mirada por dos universos bien distintos: El del pueblo y el de la urbe. En el primero, se detiene el tiempo, el ambiente se aligera de tensiones y nos enseña cómo es ese pueblo, cómo viven, piensan y respiran sus habitantes, que en el lápiz de Mingote se revelan sabios, hombres y mujeres en armonía con su entorno. Y la ciudad… urbe ruidosa, caótica y activa en la que don Antonio vive, a veces muy a su pesar. Entre aglomeraciones, atascos y riadas de turistas, los ojos del maestro se detienen con estupor ante las sorprendentes manifestaciones de esos seres dinámicos que llamamos ciudades.