EN LA ANTIGUA CHINA, SÓLO LOS JUECES MÁS SAGACES ALCANZABAN EL CODICIADO TÍTULO DE «LECTORES DE CADÁVERES», UNA ÉLITE DE FORENSES QUE, AUN A RIESGO DE SU PROPIA VIDA, TENÍAN EL MANDATO DE QUE NINGÚN CRIMEN, POR IRRESOLUBLE QUE PARECIERA, QUEDARA IMPUNE. C