Corren los años 80, y Vincenzo Strada está obsesionado con el poder semiológico de los rituales antiguos. Al llegar a Los Ángeles se apunta a la escuela de cine de la UCLA, donde cursó estudios uno de sus ídolos, Jim Morrison. Y al igual que él, es vilipendiado por sus maestros, ya que a Strada el cine sólo le interesa como medio para explicar su fascinación por los rituales y los sacrificios humanos.