Maeve Regan es una chica sin nada especial, o eso cree ella: va a la universidad, tiene algún novio que otro, aunque nada serio, y se consuela con la conversación de un barman y unas cuantas copas cuando las cosas no van bien. Su abuelo, Walter, es el único miembro de su familia al que ha conocido y sus padres, según le han contado, no vivieron mucho más allá de su bautizo. Su mejor amigo, y su amor platónico, Elliot, sale con otra, Tara, o, mejor dicho, «doña Perfecta»,
una muchacha guapa, rica, buena estudiante y, encima, buena persona. Su mejor amiga, Brianne, tiene un novio que la maltrata y, por si fuera poco, no deja de presentarle tipos estúpidos que están muy lejos de lo que ella considera un hombre atractivo.
En una noche como cualquier otra, intentando ahogar sus penas en alcohol, Maeve conoce a un tipo alto, apuesto? con quien cree que va a acabar en la cama y pasar una noche genial.
Sin embargo, las intenciones de Lukas son muy distintas: él pretende secuestrarla, para hacer salir de su agujero a un vampiro venenoso y muy peligroso del que quiere vengarse. ¿Vampiros? Pero ¿qué estupidez es esa? Maeve acaba presa en su propia casa, en las manos de este atractivo desgraciado que va a entregarla a no sé quien. ¿Que Victor es su padre? Imposible, su padre está muerto, igual que su madre, y ella, desde luego, no es ningún vampiro. ¿O sí?
Lo cierto es que su abuelo, Walter, no le ha contado la verdad o, de hecho, solo le ha contado una sarta de mentiras, y su secuestrador, Lukas, que cada vez se siente más atraído por Maeve, es el único que puede explicarle quién es en realidad.