En Azúcar de sandía se publicó en 1968, año de largas melenas, chalecos floreados, sustancias estupefacientes, amor libre y una extraña fe en que la gente podía vivir en comunas. Richard Brautigan que no era un autor ajeno a su época, describe aquí su visión de la vida en una comuna. Y a poco que le conozcamos, podemos imaginarnos que se trata de una comuna muy peculiar. Para empezar, recibe el nombre de yoMUERTE, y su origen, no muy claro, parece remontarse a una lucha mítica contra Los Tigres, que era... bueno, no exactamente tigres, sino hombres malvados... o quizá no tan malvados. Y en esta comuna, donde casi todo se construye con azúcar de sandía, la gente sólo trabaja cuando le apetece, no existe el dinero, el sol cambia cada día de color y el olvido es uno de los bienes más preciados (de ahí que nadie quiera acercarse por la Olvidería, el almacén de las cosas olvidadas, que garantizan la felicidad), de repente surge el descontento en la figura de enHERVOR, un personaje arisco y malhumorado que, en compañía de su banda, se retira a vivir a la Olvidería, ese almacén infinito desde donde preparan algo que los habitantes de yoMUERTE nunca olvidarán (y que nos dejará a todos con la boca abierta). Y entonces la vida parece detenerse -aunque quizá ya estuviera detenida-, a la espera de ese nuevo mito fundacional. En azúcar de sandía es la novela más metafórica de Brautigan. Fiel a su estilo conciso, repetitivo y musical, a la construcción en capítulos o relatos cortos que pueden leerse de manera independiente, el autor se decanta ahora por un humor más sombrío -y la sombra la da Kafka, aunque sin olvidar nunca sus referentes americanos: Twain, O'Henry, Hemingway- y nos ofrece, si así queremos leerla, una singularísima reflexión sobre nuestro tiempo, que se vuelve aún más absurdo al contemplar el mundo imaginado por Brautigan, donde las cosas son de otra manera: más sencillas, más físicas, más libres.