Esta es una novela de payasos y de políticos;
políticos que no saben que son payasos y payasos
que quisieran hacer carrera política. Pero también es
una novela de gurús íntegros y diplomáticas arpías,
de periodistas de verdad e inventores de noticias,
de profesores felizmente casados y adolescentes
aficionados a los videojuegos, de autores
pusilánimes y editores mercantilistas, de zombis y
mercenarios y psicópatas...
Lo que el lector tiene entre las manos no es una
farsa porque se trate de una pieza cómica que echa
mano de la exageración, la parodia y otros recursos
por el estilo, sino porque sus personajes son una
colección de farsantes. Nada más realista, de hecho,
que poner a un payaso de candidato a la presidencia.
La democracia del siglo XXI es aquí una encuesta
eterna, la del Barómetro Permanente de Opinión,
la herramienta online que veinticuatro horas al día,
siete días a la semana, refleja fielmente el estado del
Estado de opinión.
Un pueblo conectado a Internet quizá no necesite
elecciones, pero circo siempre le hará falta, sobre
todo cuando es un pueblo sin pan. Con todo, el
payaso Cucaracho es algo más que un artista del
espectáculo; se trata de la mayor amenaza al statu
quo que el país aquí retratado haya conocido en más
de una década.
Esta es una novela de payasos y, por lo tanto, lo
único que podría criticársele son los calambres de
la risa que procurará al lector. Claro que, como todo
el mundo sabe, los payasos son seres tristes, y más
triste aún es que esta farsa sobre un país corrupto
e impotente cualquiera se parezca tanto a la vida
en tantos países de verdad. Sin embargo, no hay
que olvidar que, como dice uno de los distinguidos
farsantes de este libro que reflexiona sobre sí mismo,
el gran descubrimiento de la novela moderna es que
la infelicidad vende.