Que exista Dios cuando deje de haber hombres que puedan imaginarlo o que la bóveda la inventaron los romanos son cosas que conviene recordar, y con mayor insistencia cuando es el hombre solo y senil quien las piensa, enfrentado a la antesala de la muerte, como el anciano señor Geiser.
Aislado del mundo en su casa del cantón de Tesino, a merced del capricho climático y al amparo de sus menguadas fuerzas físicas, ya en declive y hacia el abismo, Geiser enfrenta la soledad más rotunda con la contemplación de los diminutos acontecimientos cotidianos: la regularidad del autobús-correo, las visitas del investigador solar, la sopa Minestrone que hay que calentar, la rubia carnicera, la salamandra de fuego o el viejo gato que ya no caza ratones. Y para asir el recuerdo de esos fragmentos que componen una vida entera y, en de64257;nitiva, los que constituyen el rastro humano en la historia, empapela las paredes con las hojas de un viejo diccionario, que le recuerdan cómo eran los primeros pobladores de los Alpes o cómo se dibuja el segmento áureo: esas cosas que no conviene olvidar.
"El hombre aparece en el Holoceno" representa un brillante pulso literario contra la soledad y la muerte; es un tremendo monólogo interior en el que se constata la repetición de los gestos y el paso inexorable de las horas.