Un día vuelves dando tumbos de un concierto de Nirvana y al siguiente te regalan un «Vale por un tratamiento de baño de vapor vaginal en el spa Abiertos a la vida». Hace nada te tatuabas una cita feminista y existencialista en el coxis y ahora sólo te sientes cómoda con enormes bragas de abuela de colores pastel. Justo hace un instante apenas sabías en qué consistían las drogas que engullías y, sin embargo, ¿por qué narices sabes ahora que la leche de inicio orgánica endulzada con jarabe de arroz contiene altos niveles de arsénico?
¿Qué ha sucedido? Has sido madre. El bebé no venía con manual de instrucciones. Ese que reclama una de las protagonistas de Amigas con hijos: «Debería haber un libro que enseñara cómo amamantar, sujetar el teléfono y no entrar en pánico, cómo llamar al número de emergencias y contar pastillas sueltas en el suelo polvoriento».
Ese manual no existe (o si existe no funciona), pero estas madres primerizas al menos tienen a sus amigas: la performer que no quiere ser madre, la aspirante a novelista en pleno colapso posparto, la que fue mamá muy pronto y ahora lidia con una hija adolescente y la trabajadora del zoo que lo quiere ser a toda costa y que conoce muy bien la selección natural en el mundo animal.
Amigas con hijos, cruce entre la maternidad traumática de Richard Yates y el hedonismo profundo de la serie Girls, es una ácida y desternillante novela que desafía el cliché de la maternidad, ese debate polarizado en el que dar a luz se ve como una carga eterna o como una bendición salvadora.