«De pequeño, tuve unos padres. Y también un tío y una tía. Luego me metieron en el orfanato. Entonces, vino la guerra, igual que para todo el mundo. Después de la guerra, tuve unos padres. Y también un tío y una tía. Pero ya no eran los mismos».
«Mi existencia empezó con una votación del Partido Comunista de Polonia. Que me fue favorable. ¡Fetos del mundo, uníos!».
«Transcurren varios meses hasta que mi madre vuelve para verme, en el verano de 1937. Descubro, con gran sorpresa, que ya no entiendo el polaco. No reconozco ninguna de las palabras que salen en fila india de su boca».
«Tenemos siete años. ?¡No pasarán!?, gritamos en español y en francés, ?¡Paz, pan y libertad para nuestros amigos españoles!?».
«¿Quién puede presumir de que lo busque la policía, en plena guerra, a la edad de doce años? Me parece algo excepcional. Pero me gustaría volver una última vez a la escuela».
«No lloro. Aunque estoy muy triste. Pero estamos en guerra y comprendo que mi estado de ánimo no viene a cuento».
La historia de Julek es tan increíble que solo él puede explicarla. Y solo él puede hacerlo con esa mirada de niño: tierna, triste y cómica; a veces cándida y otras demasiado madura; entre el Diario de Ana Frank y La vida es bella. La mirada de un niño que cambia tres veces de nombre, viaja por toda Europa y sufre el fanatismo de demasiadas banderas. Tiene dos armas secretas: sabe reírse y también sabe hablar el idioma de los perros.