Si no existiera Richard Brautigan habría que inventarlo. El problema es que solo Richard Brautigan podría imaginar a alguien tan único como Richard Brautigan. Al menos en una de sus novelas. Y todo esto podría suceder, porque nada es imposible en «El monstruo de Hawkline», un western cómico-gótico (lo pretendieron filmar Hal Ashby y Tim Burton, aunque sería perfecto para Tarantino o los hermanos Coen) considerado como uno de sus textos más convencionales.
¿Qué es «convencional» para Brautigan, el gurú de la contracultura estadounidense? Pues una pareja de cowboys asesinos a sueldo, una Niña Mágica, dos hermanas idénticas y un mayordomo gigante enterrado dentro de una maleta en una mansión amarilla de Oregón rodeada de nieve aunque el termómetro marque más de 30 grados. Una casa encantada y siniestramente encantadora en la que pueden aparecer plumas verdes en los zapatos, donde los habitantes se quedan desnudos repentinamente o pierden el hilo enzarzándose en conversaciones delirantes (y en posturas sexuales impensables) mientras intentan resolver un caso: el de un monstruo, surgido de un experimento fallido con unas enigmáticas Sustancias, que podría tomar la forma de una luz (acompañada de una sombra patosa y con remordimientos)...
Uno de los libros más célebres de los setenta y de Richard Brautigan, el escritor más milagroso de la literatura estadounidense del siglo XX. Uno de esos autores que cuentan con tantos seguidores apasionados que su apellido es ya un adjetivo. Sin duda, una novela muy Brautigan.