Al este del Cuzco, más allá del Antisuyo -el sector oriental del imperio incaico- aguas abajo por el río Madre de Dios, se entra en la selva baja del Perú, barros húmedos y huraños que ni el inca Pachacuti ni los conquistadores españoles pudieron dominar... hasta que llegaron los buscadores de oro, los codiciosos del caucho, los evangelizadores y los aventureros de distinta laya, los que arraigan en las fronteras de lo conocido, en esa sutil línea donde lo legal, lo humano y lo salvaje se emulsionan, y se integran a la civilización a fuer de látigo y machete. Acariciando el culito rosado de una tarántula, espiando los nidos de los guacamayos o esquivando a las palmeras que caminan, este relato se sumerge en ese mundo lujurioso con un estilo ameno y atrapante no exento de divertida mordacidad.