En 1964, cuando Manuel Alegre regresó a Portugal de la guerra de Angola, donde protagonizó un intento de revuelta militar, volvió a partir al exilio a Argel, donde militó en el Frente Patriótico de Liberación Nacional y asumió la labor de uno de los dos locutores de Radio Voz Libertad. Rafael se basa en esa experiencia límite. El narrador, un exiliado político perseguido por los servicios secretos portugueses y españoles, emprende un periplo desesperado de casa en casa, de hotel en hotel, en el que debe cambiar continuamente de nombre y de apariencia, camuflado y siempre en guardia, siempre mirando a sus espaldas en busca de una señal que le anuncie el temido final a manos de los represores. Esa huida hacia ninguna parte, la necesidad de recurrir a varios seudónimos e identidades, la ausencia de sus seres queridos, la lejanía de su patria y la amistad con otros camaradas de lucha libertaria en su misma situación extrema harán que, poco a poco, el protagonista vaya perdiendo su propia identidad y se convierta en un clandestino de sí mismo, en un hombre atormentado por el olvido y perseguido continuamente por el fantasma -real, ominoso, letal- de la dictadura.