El 30 de agosto de 1889 el editor de la revista estadounidense Lippincott’s
Magazine, Joseph Marshall Stoddart, invitó a cenar a Conan
Doyle en el lujoso hotel londinense Langham en compañía
de Oscar Wilde. Durante la velada, Stoddart propuso a Doyle escribir
un relato para su revista que no excediera las cuarenta mil palabras y
por el que le pagarían cien libras. Ambos autores se comprometieron
a escribir sendas novelas para la revista americana. Wilde escribiría
El
retrato de Dorian Gray, y Doyle El signo de los cuatro, en donde
Holmes hacía su segunda aparición.
En esta segunda entrega, a diferencia de la primera, Estudio en Escarlata,
la acción y las investigaciones tienen lugar íntegramente
en Londres -la señorita Mary Morstan, años después
de la misteriosa desaparición de su padre, oficial de infantería
en Bombay, recibe anónimamente cada año una gran perla por
correo, hasta que un día le llega una misiva con una cita a ciegas
y decide acudir a Sherlock Holmes- e incluye una trepidante persecución
fluvial a través del Támesis.
En El signo de los cuatro Doyle sigue a rajatabla las leyes esenciales
del género fijadas por Poe, que, según Borges, implican un
«crimen enigmático y, a primera vista, insoluble», un
«investigador sedentario que lo descifra por medio de la imaginación
y de la lógica», y un «amigo impersonal y un tanto borroso
del investigador» que lo cuenta todo.