La Navidad debe celebrarse sí o sí. Los ciudadanos deben sonreír, cantar villancicos, zampar turrones e intercambiar regalos que garanticen su felicidad. Recuerden que se aplicará un control jurídico para calibrar la relación deseosatisfacción. Ni se les ocurra regalar mierdas.
En resumen: las fiestas están reglamentadas y son obligatorias por decreto ley, pero las Brigadas de Amigos Juerguistas han detectado células de resistencia dispuestas a cuestionar el poder. Una minoría de gruñones y amargados a los que el presidente de la república está dispuesto a poner freno con lluvias de confetis, matasuegras, una dieta de pavo relleno y castañas asadas y hasta una conga multitudinaria si es necesario. Todo aquel que persevere en la tristeza o se atreva a estornudar en público se arriesga a acabar confinado en un campo del buen humor.
Tronchet, gran cardenal del humor francés, nos ofrece una historia absolutamente desquiciada pero mucho más seria de lo que parece. Una sátira política donde las fiestas de guardar se han convertido en presas de contención para la libertad de los individuos. Ha empezado la contienda. ¡Felices pascuas!