He aquí una autora fuera de lo común, una escritora mítica pero apenas conocida hasta hoy en nuestra lengua. Y he aquí algunos de sus principales relatos de «tema amoroso», a la altura de algunos de los grandes nombres de su tiempo. Perdidos en laberintos emocionales y sociales, los personajes de Charlotte Mew parecen condenados a no encontrar la salida o, si dan con ella, a saltar al otro lado de la existencia. Como piensa Evelyn Desborough en «El amigo del novio»: «La muerte más profunda no es morir sino sobrevivir a la vida».
Mew no se dio mucha importancia como escritora, de modo que, aunque circuló por el mundo literario londinense de primer orden entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, la repercusión de su literatura discurrió como en sordina en aquella época fascinante y llena de novedades. Como un astro solitario, a veces hosca y distante, Mew cruzó esos años fundamentales desde una posición excéntrica. Sin embargo, encontró un puñado de lectores relevantes: Virginia Woolf, Joseph Conrad, Ezra Pound, Thomas Hardy… Fue este último quien vaticinó el futuro de Mew: el de ser leída cuando tantos «han sido olvidados».