¿Qué ocurre con una gimnasta después de su retirada? ¿Cómo se vuelve a una realidad en la que nadie corea tu nombre, no te despiertas a diario con un objetivo y tu entorno ha seguido con sus vidas pero la tuya, la paralela al deporte, continúa estancada en esa joven de dieciséis años que deseaba competir en unos Juegos Olímpicos?
Lilia regresa a Kinsale arrastrando una maleta llena de sueños rotos. Y ahí está Troye, el chico de ojos celestes, con sus retratos sin color y el recuerdo de las madrugadas que pasaron juntos en el faro, para demostrarle lo que es que alguien te regale un lienzo en blanco sobre el que dibujar ese futuro que quieres protagonizar.
A veces es preciso enfrentarse al pasado para reconciliarse con el presente. Porque no resulta fácil renunciar a aquello por lo que llevas más de una década sacrificándote. Porque la perfección que exige la élite deja secuelas. Porque para Lilia, la gimnasia rítmica fue su primer amor.
«Me buscaba rumbo a la perfección, pero solo hallaba hilos de humo donde tiempo atrás brillaban constelaciones de sueños.»