El psicoanálisis freudiano define el superego como una estructura moral y judicial inducida por nuestra educación que hace que tengamos la noción del bien y del mal. A no ser que se trate de un miedo animal con el que todos llegamos al mundo. Basta con observar el comportamiento de los mamíferos sociales para convencernos: ellos también evitan transgredir lo prohibido para no ser sancionados. El fundamento del superego no es la consciencia del bien y del mal, sino el miedo al Otro y a su posible sanción en términos de rechazo o de violencia, una situación potencialmente mortal. Es preciso volver al contexto de nuestros lejanos orígenes para entenderlo: en la naturaleza, ser rechazado equivale a una condena a muerte; en cuanto a la violencia, puede llegar a ser letal o provocar graves heridas. Para evitarlo, nuestro cerebro arcaico nos manipula permanentemente. Por ejemplo, hace que estemos obsesionados con la necesidad de ser amables e irreprochables para gustar al Otro y sobre todo para no disgustarle, y que en consecuencia nunca seamos nosotros mismos. En el mejor de los casos nos perturbará durante nuest