La decisión de narrar el pasado se impuso después de vencer la duda de si el esfuerzo merecería la pena. La superé al darme cuenta de que muchas personas valoran la recuperación de la memoria reciente, pues la aceleración del tiempo hace que hechos relativamente próximos parezcan lejanos. Siento que la vida pasa deprisa y quiero que la memoria de las ilusiones y de los esfuerzos de mi generación no desaparezca a medida que la jubilación nos vaya separando de los más jóvenes. Al narrar el pasado intento vencer al olvido, para que las cosas que he visto «no se pierdan como lágrimas en la lluvia».
Vengo participando, desde los primeros años de la Transición, en las movilizaciones de la enseñanza y en el desarrollo del sindicalismo del sector. Eso tiene ventajas para el trabajo que me he propuesto, y también el inconveniente de ser «juez y parte» a la hora de valorar algunos hechos. Para paliarlo recurriré a otras voces que ofrezcan al lector diferentes puntos de vista. Con objeto de que los recuerdos no me hagan trampas, utilizaré las notas que he ido tomando a lo largo de mi vida profesional. Pero solo tengo anotaciones discontinuas que cubren un total de nueve años. He de completar grandes vacíos recurriendo a hojas a ciclostil y folletos de la primera etapa del movimiento de maestros y, a partir de los ochenta, a las revistas profesionales y sindicales.
Los cambios en la educación son lentos... Las políticas de gobierno van a ser referentes, pero serán personas de a pie con las que he trabajado las que me ayudarán a reflejar esos cambios. Intento que el lector pueda imaginar lo acontecido con unos pocos elementos, porque cuento con que completará la descripción evocando sus propias experiencias. Aunque me he esforzado en contrastar los datos, el resultado final es una visión subjetiva. Es inevitable e imprescindible que el lector aporte la suya.